miércoles, 30 de agosto de 2017

Prostituta y embarazada

Me concibieron en una violación brutal y me enteré de ello cuando era muy pequeña. El conocimiento de este hecho y el abuso sexual infantil del que fui víctima por parte de mi propio padre y, más tarde, por un tío materno me hicieron sentir que no valía nada y  era una niña muy vulnerable.
 Tenía 12 años cuando mi madre se divorció por segunda  vez. Desde los trece años, había estado metida en drogas y alcohol, vagando por el vecindario y saliendo con un fisicoculturista que conducía un Cadillac negro. Me cortejó y fue muy paciente mientras me manipulaba para meterme en su cama.
Yo me sometía a ese tráfico sexual por miedo, no porque me encerraran o amenazaran. No tenía esperanzas de que las autoridades me ayudasen. Un apartamento en el que me alojé fue alquilado al candidato a sheriff de esa pequeña ciudad. Algunos de mis clientes eran hombres de negocios, un concejal de la ciudad, profesionales, así como amantes de la violencia y mal.
Él me vendió por primera vez el día que cumplí 14 años. Me paré en tres pulgadas de lodo congelado, con los tenis llenos de agua helada, tiritando delante de una farmacia local al final de la calle donde vivíamos esperando a que me recogiera. El comprador estaba encantado de saber que yo era tan joven, inexperta y miedosa.
El proxeneta me vendió por sexo cientos de veces. Luego me vendió a otro hombre que, a su vez, me vendió por sexo también. Era un círculo vicioso de abusos, violación en grupo, intento de suicidio, insomnio, acurrucarme en puertas y escalinatas de iglesias, drogas, alcohol, arrestos y huir de nuevo.


 A los diecisiete años, me vendieron a un hombre como una "mascota". Pensé que estaría más segura, al menos tendría que servirle solo a él. Me vestía bien y me llevaba a cenas agradables. Obtuve un trabajo y finalmente sentí un poco de estabilidad, era casi normal.
Me había dicho que si me embarazada tendría que abortar. Me asustó, pero no sentí que tuviera elección.
Después de cuatro meses, quedé embarazada. Mientras golpeaba su puño en el brazo de madera del sofá, me gritó: "¡No quiero vida!". Era aterrador - su voz se disparó a través de mí. El hombre era un jefe del crimen organizado. Dijo que me haría un aborto o me mataría y yo sabía que esto era cierto. Uno de sus agentes había sido mi traficante y me había golpeado y violado en numerosas ocasiones. Concerté la cita para abortar en su presencia.
Esa noche alcé las manos al cielo mientras lloraba y rezaba: “¡Dios, si eres real, por favor ayúdame!". De alguna manera, me quedé dormida y soñé con un aborto con todo detalle  desde la perspectiva del interior de la matriz. No tenía conocimiento del aborto en ese momento, pero ahora sé que era preciso por el nivel de desarrollo gestacional en gran detalle. Esas pequeñas manos y pies, ese rostro diminuto, las costillas y la sangre... ¡Era horripilante! Yo siempre había querido ser mamá desde que tenía uso de razón.
Cuando desperté, llamé a todos los que se me ocurría que me podrían ayudar. Busqué entre las tarjetas de presentación que la gente me había entregado en algún momento y di con una trabajadora social que había tratado de ayudarme una de las veces que me fugué. Ella me encontró un hogar para chicas embarazadas al que me llevaría. Algunos amigos llevarían mis cosas a una bodega. Pero, ¿cómo me iría? Mi captor insistió en salir a cenar después de la cita para el aborto.
Así que llegó el día. Me fui e hice arreglos con la trabajadora social, pero volví y me preparé para la cena. Estaba tan asustada que estaba llorando y casi histérica todo el día. Con mi cara hinchada, ojos inyectados en sangre, temblores y respiraciones superficiales, entré en el coche. Estaba muy intranquila - mi respiración lo delataba. Tartamudeé cuando le dije que me quería ir a vivir con una prima que me daría trabajo.
"Algo me pasó en esa mesa", le dije, "ya no quiero estar aquí". Pensé que él lo entendería porque me había platicado de otras chicas a las que había obligado a abortar y las había dejado ir. Toda la noche estuve muy nerviosa, no podía quedarme quieta porque tenía mucho miedo de que me descubriera. Fui al baño con frecuencia y lloré durante toda la cena, fingiendo náuseas y dolor. De camino a casa, me dijo que podía irme, pero si volvía a la ciudad, tendría que encontrarlo.
Salí de su casa rápidamente al día siguiente. Le prometí a Dios que formaría a mis hijos en el temor y admonición del Señor si mi bebé nacía bien. Ella era perfecta, y yo cumplí mi promesa. La gente que me conoce hoy, no puede comprender como pude haber vivido una vida así. Y yo les explico: Salvar a mi bebé me salvó la vida.

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