martes, 5 de diciembre de 2017

Atea contra el aborto

Una argumentación convincente desde un punto de vista meramente humano

“¿Existe de verdad un pro-vida?”, se pregunta Marco Rosaire Rossi en la edición de septiembre/octubre de The Humanist. “¿Qué vendrá después, los agnósticos del creacionismo? ¿Los laicistas de la sharia?”.

Los ateos pueden no tener un papa, pero a los ojos de muchos hay un dogma al que todos deben adherirse: ser ateo significa apoyar el aborto. No lo hagáis y seréis denunciados como “secretamente religiosos”. Cuando me uní a un agnóstico y a un ateo de Secular Pro-Life para un panel informativo en la Convención Atea Americana de 2012, un popular blogger ateo nos acusó de haber “mentido sobre el hecho de ser ateos”.

Hay una obvia dificultad a aceptar que existan pro-vida no religiosos. Pero existimos. Somos distintos a nivel de puntos de vista y filosofías, pero incluimos pensadores como Robert Price, autor de “The Case Against the Case for Christ”, el escritor ultraliberal Nat Hentoff, los filósofos Arif Ahmed y Don Marquis y la activista liberal pacifista Mary Meehan, solo por dar unos nombres.

Cuando en un debate en enero de 2008 con Jay Wesley Richards se le preguntó si se oponía al aborto y era un miembro del movimiento pro-life, el difunto autor ateo Christopher Hitchens respondió:

“He tenido muchas confrontaciones con algunos de mis colegas materialistas y laicistas sobre este punto, pero creo que si el concepto de ‘niño’ significa algo, se puede decir que también el concepto de ‘niño concebido’ significa algo. Todos los descubrimientos de la embriología – muy considerables en el curso de la última generación – parecen confirmar esta opinión, que creo que debería ser innata en cada uno. Es innata en el juramento de Hipócrates, es instintiva en cualquiera que haya visto jamás una ecografía. Por esto, mi respuesta a la pregunta es ‘sí’”.

Entre los pro-vida humanistas hay ateos y agnósticos consumados, ex cristianos, conservadores, liberales, veganos, gay y lesbianas, e incluso pro-vidas creyentes, que comprenden la fuerza de las argumentaciones no religiosas frente a públicos no creyentes. La siguiente argumentación contra el aborto es una perspectiva, y no representa a organización específica alguna.

Aborto, ¿cuestión compleja?

El aborto es una cuestión emotivamente compleja, llena de circunstancias dolorosas que suscitan nuestra simpatía y compasión, pero no es moralmente compleja: si los concebidos no son seres humanos igualmente merecedores de nuestra compasión y nuestro apoyo, no se necesita justificación alguna para el aborto. Las mujeres deberían tener plena autonomía sobre su cuerpo y tomar las decisiones sobre su embarazo. Pero si los concebidos son seres humanos, ninguna justificación del aborto es moralmente adecuada, si una razón de este tipo no puede justificar también que se ponga fin a la vida de un niño ya nacido en circunstancias similares.

¿Mataríamos a un niño cuyo padre abandona de repente a la madre desempleada, para aliviar la situación económica de la madre o evitar que el niño crezca en la pobreza? ¿Mataríamos a una niña del jardín de infancia si hubiera indicaciones de que podría criarse en una casa violenta? Si los concebidos son verdaderamente seres humanos, tenemos el deber moral de encontrar formas misericordiosas para apoyar a las mujeres, que no requieran la muerte de una persona para resolver el problema de la otra.

Ciencia contra pseudociencia

Aunque algunos defensores del aborto acusan a los pro-vida de usar una “pseudociencia”, a la hora de los hechos, las pruebas científicas apoyan fuertemente las declaraciones pro-vida, según las cuales el embrión y el feto humano son miembros biológicos de la especie humana. El libro “The Developing Human: Clinically Oriented Embryology”, del doctor Keith L. Moore, usado en las escuelas de medicina de todo el mundo, es sólo uno de los recursos científicos que confirman este hecho. En él se lee:

“El desarrollo humano comienza con la fecundación, el proceso durante el cual un gameto masculino o esperma (desarrollo del espermatozoide) se une a un gameto femenino u ovocito (ovum) para formar una única célula llamada zigoto. Esta célula altamente especializada caracteriza el inicio de cada uno de nosotros como individuo único”.

A diferencia de otras células que contienen ADN humano – esperma, óvulo y células de la piel, por ejemplo –, el embrión apenas fecundado tiene la total capacidad de avanzar a través de todos los estadios del desarrollo humano. Al contrario, esperma y óvulo son partes diferenciales de otros organismos humanos, cada uno con su propia función. Fundiéndose, ambos dejan de existir en su estado actual, y el resultado es una nueva entidad con un carácter único hacia la madurez humana. De manera similar, las células de la piel contienen informaciones genéticas que pueden ser inseridas en un óvulo al que se le ha quitado el núcleo, y estimuladas a crear un embrión, pero sólo el embrión posee esta capacidad intrínseca autodirigida hacia todo el desarrollo humano.

Definir el ser persona

La cuestión del ser persona deja el reino de la ciencia por el de la filosofía y el de la ética moral. La ciencia define qué es el concebido, pero no puede definir nuestros deberes hacia él. Después de todo, el concebido es una entidad humana muy distinta de las que vemos a nuestro alrededor. Un ser más pequeño, menos desarrollado, situado de forma distinta y dependiente, ¿debería tener los derechos del ser persona y la vida?

Quizás la pregunta más significativa es: estas diferencias, ¿son moralmente relevantes? Si el factor es irrelevante para el ser persona en otros seres humanos, no debería ser importante tampoco cuando se habla del concebido. ¿Las personas pequeñas son menos importantes que las más grandes o altas? ¿Un adolescente que se puede reproducir es más digno de vivir que un niño que aún no sabe ni andar? Si estos factores no son relevantes para garantizar o aumentar la personalidad de los que han nacido, no debería serlo tampoco para el concebido.

Se podría justamente afirmar que garantizamos más derechos en base a la habilidad y a la edad. En todo caso, el derecho a vivir y a que no te maten es distinto de los derechos sociales concedidos en base a las habilidades y la madurez adquiridas, como el derecho a conducir y a votar. No se nos permite conducir antes de los 16 años (en EE.UU., ndt.); pero no se nos mata para evitarnos llegar a ese nivel de madurez.

Igualmente, la conciencia y la autoconciencia, a menudo propuestas como justos indicadores de la personalidad, se limitan a identificar niveles del desarrollo humano. La conciencia no existe en un vacuum. Existe solo como parte de la gran totalidad de una entidad viviente. Decir que una entidad no tiene aún conciencia es con todo hablar de esa entidad en la que reside la capacidad inherente de conciencia, y sin la cual la conciencia no podría nunca desarrollarse.

Como subraya el ateo Nat Henthoff,

“Decir que el exterminio puede tener lugar porque el cerebro aún no funciona o porque esa cosa no es aún una ‘persona’ falla en un punto fundamental. Independientemente del hecho de que la vida sea eliminada en la semana 4 o en la 14, la víctima es uno de nuestra especie, y lo es desde el principio”.

La intrínseca capacidad de todas las funciones humanas reside en el embrión porque es una entidad humana completa. Igual que no se tirarían las bananas verdes junto a las estropeadas aunque ambas no puedan comerse en este momento, no se puede eliminar a un feto que aún no ha alcanzado una función junto a una persona cerebralmente muerta que ha perdido permanentemente esta función. Eliminar a un feto porque aún no ha alcanzado un nivel de desarrollo específico significa ignorar el hecho de que un ser humano en ese estadio del desarrollo humano funciona como un ser humano de esa edad.

Localización y dependencia

Recordando la Declaración Universal de los Derechos del Hombre en apoyo de su posición por la que “los seres humanos como personas son los nacidos”, Rossi declaró: “El hecho es que el nacimiento nos transforma. Nos hace simultáneamente individuos y miembros de un grupo, e inserta en nosotros protecciones que comportan derechos”.

Esta afirmación es totalmente falsa. En primer lugar, lo que es no representa necesariamente lo que debería ser. El hecho de que las convenciones sociales sobre el ser persona desestimen al concebido no nacido no sorprende, y es la verdadera cuestión en el centro del debate. En segundo lugar, el nacimiento no posee poderes mágicos de transformación. En el nacimiento, un ser humano en fase de desarrollo cambia de lugar, comienza a asumir oxigeno y nutrientes de un modo nuevo y a interaccionar con un mayor número de seres humanos, pero un simple viaje por el canal del parto no cambia la naturaleza esencial de la entidad en cuestión.

El bioético Peter Singer concuerda con los pro-vida en este punto. Afirma de hecho:

“Los grupos pro-vida tienen razón en un hecho: la localización de un niño dentro o fuera del seno materno no puede suponer una gran diferencia moral. No podemos decir con coherencia que sea justo matar a un feto una semana antes de nacer, y que en cuanto el niño nace hay que hacer de todo para mantenerlo con vida”. (Singer después continua observando que dado que no hay ninguna diferencia significativa entre un feto que va a nacer y un recién nacido, entonces el infanticidio está justificado).

El nacimiento es sin duda un momento significativo en nuestra vida, pero no es nuestro primer momento.

¿Qué decir de la dependencia? Seguramente, un feto es significativamente más dependiente de su madre que en cualquier otro momento de su vida. Pero ¿los seres humanos dependientes no son plenamente humanos? La dependencia de un gemelo siamés del corazón o de los pulmones del hermano o hermana les quita personalidad? ¿Podemos matar a adultos fuertemente dependientes o a un niño que no consigue siquiera levantar la cabeza?

Si la cuestión es la que Rossi define “la absoluta dependencia de nuestras madres”, se puede plantear otra pregunta: ¿por qué la dependencia de una sola persona significa que una persona no es preciosa o digna de vida o de protección? Si un niño díscolo subiera al yate de un extraño y se le descubriera el día después en el mar, sería temporalmente dependiente sólo de los recursos del marinero. ¿Estaría justificado éste para arrojarlo al mar en aguas infestadas de tiburones?

¿Es además signo de ser un pueblo civilizado el hecho de que cuanto más vulnerable y dependiente es un ser humano, más podamos justificar su muerte?

Violencia y autonomía del cuerpo

Nada añade más emoción al ya emotivo debate sobre el aborto que la cuestión de la violación. Pero es fundamental que no se confunda lo abominable de la violación y el deseo de consolar a la víctima con la pregunta fundamental sobre el hecho de que las dificultades justifiquen el homicidio. Si el concebido es un ser humano, las circunstancias de la concepción de una persona no tienen relevancia sobre su derecho de no ser exterminado.

“Unplugging the Violinist” de Judith Jarvis Thompson (en el que una persona es raptada por los amigos de un violinista agonizante que necesita un riñón, y se le obliga a permanecer unida a él durante nueve meses para salvarle la vida) ilustra el dilema de la autonomía del cuerpo, sugiriendo el aborto en caso de violación.

La Thomson, sin embargo, no reconoce que la relación entre un concebido y la madre es distinto de la unión artificial de una persona a un extraño. El feto no es un intruso. Está en la “casa” apropiada para un ser humano de su edad y en su estadio del desarrollo. A diferencia de los riñones, que son sólo para el cuerpo de la mujer, el útero existe y cada mes se prepara para acoger el cuerpo de otro. Una mujer tiene derecho a su propio cuerpo, pero un feto tiene el derecho al útero, que es su “casa” biológica.

Reconociendo las responsabilidades biológicas con las que hemos evolucionado como especie, comprendemos que aunque una persona no está siempre obligada hacia un extraño, sí está obligada a proporcionar sustento y protección básica a su hijo biológico. Una madre que amamanta no puede reclamar “la autonomía del cuerpo” y abandonar a su hijo mientras viaja, ni una madre embarazada puede abandonar su responsabilidad hacia el niño. Si la víctima de una violación no ha elegido esa situación y está colocada injustamente en esa condición, su deber fundamental hacia el hijo no es menos real que el del marinero hacia un polizón no deseado.

El aborto no consiste simplemente en “desenfuchar a un extraño agonizante”. El aborto desmiembra y mata lo que de otro modo sería un ser humano sano que está en una unión apropiada para su edad y naturalmente dependiente de su madre. Rebecca Kiessling, concebida con ocasión de una violación, afirma: “Puede ser que cuando tenía cuatro años o cuatro días no fuese igual que cuando estaba aún en el seno de mi madre, pero era innegablemente yo y habría sido asesinada [por el crimen de mi padre]”.

El aborto no elimina la violación de una mujer ni la ayuda a curarse. Castiguemos al violador, no a su hijo.

Personalmente pro-vida – ¿pero la ley no cambia?

Algunos responderán al peso de la ciencia y de la razón admitiendo ser “personalmente pro-vida”, pero de querer que el aborto siga siendo legal para que pueda ser seguro. Sin adentrarnos en las estadísticas sobre los abortos legales contra los ilegales, sobre los números de los abortos efectuados ilegalmente en las clínicas o sobre el papel jugado por los antibióticos al hacer el aborto más seguro incluso antes de la sentencia Roe vs. Wade, la pregunta es esta: ¿seguro para quien?

Si una persona se opone personalmente porque cree que el aborto pone fin a una vida humana, no tiene sentido decir que el final de la vida humana debe seguir siendo legal para salvar vidas. Legal o ilegal, todos los abortos matan. A veces a la madre, pero siempre al hijo o la hija.

Conclusión

La autora Frederica Matthews-Green ha subrayado una vez que “ninguna mujer quiere un aborto como quiere un helado o un Porsche. Quiere un aborto como un animal cogido en la trampa quiere romper su propia pierna”. El desafío para nuestra sociedad en continua evolución es: ¿daremos a la mujer una sierra y la ayudaremos a amputar su propia pierna? ¿O somos bastante sabios y capaces de encontrar formas creativas para quitar la trampa sin destruir la pierna en el proceso – sobre todo cuando esa “pierna” es otro ser humano?

La sociedad puede seguir enfrentando a las madres a sus propios hijos, o podemos empezar a hablar de verdaderas elecciones, verdaderas soluciones y verdadera misericordia – como las sugeridas por grupos como Feminists for Life. La filosofía pro-vida laica significa incluir a los miembros más pequeños y más débiles de nuestra especie y no excluir a los dependientes y vulnerables de los derechos a la personalidad y a la vida. Hemos evolucionado como especie a una comunidad compleja e interdependiente que está eliminando gradualmente prejuicios como el racismo, el sexismo y la discriminación hacia los discapacitados.

Eliminemos ahora la discriminación de la edad.

Con las palabras de la Pro-Life Alliance of Gays and Lesbians, “ninguno de nosotros es verdaderamente libre hasta que todos no seamos libres, con todos nuestros derechos intactos y garantizados, incluido el derecho fundamental a vivir sin amenazas o vejaciones”.

Podemos hacer algo mejor que el aborto.

——
Kristine Kruszelnicki es director ejecutivo de Pro-Life Humanists y escritora freelance. Reside en Ottawa (Canadá).
[Traducción por Inma Álvarez]
  https://es.aleteia.org/2014/08/09/soy-completamente-atea-y-estoy-en-contra-del-aborto/

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