jueves, 20 de julio de 2017

El origen traumático de la homosexualidad

El origen traumático de la homosexualidad masculina
Como psicólogo que asiste a hombres con orientación homosexual, he contemplado con desolación cómo el movimiento LGBT ha convencido al mundo de que “lo gay” exige una nueva comprensión de la persona humana.

La profesión psicológica tiene  mucha culpa de este cambio. En tiempos, se consideraba generalmente que la normalidad es “aquello que funciona conforme a su diseño”. No existía el concepto de “persona gay”, porque la humanidad era reconocida como natural y fundamentalmente heterosexual. En mis más de treinta años de práctica clínica, he podido comprobar la verdad de esta idea antropológica original.

En mi opinión, la homosexualidad es ante todo un síntoma de un trauma de género. Aunque algunas personas nacen con condicionantes biológicos (influencias hormonales prenatales, sensibilidad emocional innata) que les hacen especialmente vulnerables a ese trauma, lo que distingue la condición del hombre homosexual es que hubo una interrupción en el proceso normal de identificación masculina.

El comportamiento homosexual es un intento sintomático de “reparar” la herida original que alejó al chico de la masculinidad innata que no consiguió alcanzar. Esto lo diferencia de la heterosexualidad, que surge naturalmente del desarrollo no alterado de la identidad de género.

El conflicto básico en la mayor parte de los casos de homosexualidad es éste: el chico –normalmente un chico sensible, más inclinado que la media al daño emocional- desea amor y aceptación del padre de su mismo sexo, y sin embargo siente frustración y rabia contra él porque experimenta a su padre como indiferente o abusivo. (Este chico puede tener hermanos cuya experiencia del padre sea diferente.)

La actividad homosexual será la reconstrucción erótica de esta relación de amor-odio. Como todas las “perversiones” –y utilizo el término no con intención de ofender, sino en el sentido de que el desarrollo homosexual “pervierte” o “aleja” a una persona de su objeto propio de atracción erótica [etimológicamente, pervertir viene del latín pervertere, es “dar la vuelta completamente a algo”]-, el eroticismo con el mismo sexo incluye una dimensión intrínseca de hostilidad.

Por tanto, la homosexualidad está inherentemente enraizada en el conflicto: conflicto sobre la aceptación del propio género natural, conflicto en la relación padre-hijo, y normalmente conflicto por el ostracismo ante compañeros del mismo sexo. Esto significa que veremos aparecer asuntos de dominación-sumisión contaminando las relaciones gay.

Para los hombres con orientación homosexual, la sexualidad es un intento de incorporar, “tomar” y “manejar” a otro hombre. Actúa como una “posesión” simbólica de otra persona, con frecuencia más agresiva que el amor. Uno de mis clientes describía su sexualización del hombre al que teme como “la victoria del orgasmo”. Otro hablaba de “orgasmo analgésico”.

Hay algunas excepciones al modelo traumático del desarrollo homosexual. En nuestra clínica hemos encontrado otra forma de homosexualidad que se caracteriza por un vínculo de afecto mutuo, que se ve sobre todo en nuestros clientes adolescentes y en algunos adultos inmaduros. En este tipo de atracción homosexual, no hay actos de dependencia hostil, sino más bien un característico romanticismo adolescente, una obsesión que tiene una manifestación sexual. Tales vínculos tienen lugar durante meses o años y luego son abandonados y pasada esa fase de atracción nunca regresan.

Sin embargo, la regla general sigue siendo válida: si un niño es traumatizado en una forma específica que afecta al género, se convertirá en homosexual, y si no es traumatizado de esa forma particular, tendrá lugar el proceso natural  de desarrollo heterosexual.

Muchos hombres gay refieren haber padecido abusos por parte de  una persona del mismo sexo durante su adolescencia. El acoso sexual es un abuso, porque se disfraza de amor. He aquí el relato de un cliente sobre un adolescente mayor que él que le acosó:

“Yo quería amor y atención, y tuve todo ello mezclado con sexo. Sucedió durante una época en la que yo realmente no tenía interés en otros chicos… Pensé que él [el abusador] era guay. Nunca me dedicaba atención salvo para tontear. Cuando hacíamos algo sexual, parecía especial… Parecía excitante e intenso, algo entre nosotros, un secreto compartido. Yo no tenía otros amigos y mi terrible relación con mi padre no ayudó. Buscaba amistad, pero… en la intensidad de la memoria… lo odiaba. Todo aquello era repugnante, perturbador… Ésa es la raíz de mi atracción por el mismo sexo”.

Este cliente había hecho la siguiente asociación: “Para recibir algo bueno, esto es, ‘amor’ y ‘atención’, debo aceptarme a mí mismo como repugnante y malo, implicándome en una actividad ‘espantosa’, ‘prohibida’, ‘sucia’ y ‘repulsiva’”.

Durante la terapia, al analizar los sentimientos de su cuerpo al experimentar un impulso homosexual no deseado, este cliente descubrió que cuando anteriormente experimentaba un sentimiento homosexual, invariablemente tenía la sensación de haber sido humillado por otro hombre. Al reconstruir su abuso infantil, el “avergonzarse de sí mismo” demostró ser un requisito necesario para su despertar homosexual.

La relación entre el pasado de abusos de este cliente y su actual comportamiento homosexual es un ejemplo de una compulsión reiterativa. En busca del amor y la aceptación, se enreda en una repetición de comportamientos de rendición y castigo de sí mismo, por medio de los cuales busca inconscientemente conseguir una victoria final y resolver su herida fundamental. La compulsión repetitiva incluye tres elementos: uno, intento de dominio de sí mismo; dos, una forma de castigo de sí mismo; tres, evitar el conflicto subyacente.

Para tales hombres, la satisfacción por medio del homo-eroticismo se ve incentivada por el temor anticipado a que su autoafirmación masculina cederá y resultará inevitablemente en humillación. Optan por una reconstrucción ritualizada con la esperanza de que, a diferencia de ocasiones anteriores, “esta vez finalmente conseguiré lo que quiero; con este hombre, encontraré el poder masculino de mí mismo” y “esta vez, la agobiante sensación de vacío interno desaparecerá por fin”. Es al revés: una vez más le ha dado a otra persona el poder de rechazarle, de humillarle, y de hacerle sentir que no vale nada. Cuando la situación que produce humillación se repite una y otra vez, esto solo refuerza su convicción de que él es realmente una víctima sin esperanza y, en última instancia, de que no merece que le amen.

Los hombres gay refieren a menudo que necesitan un “chute de adrenalina” que se ve acrecentado con un elemento de temor puro y duro. Existe toda una subcultura gay de sexo público que revela la excitación de actuar en lugares públicos como parques, baños públicos y gasolineras, y que está conducido eróticamente por el temor al ser descubierto y a la exposición.

El acto de sodomía es intrínsecamente masoquista. La relación anal, como violación de nuestro diseño corporal, es poco saludable y anatómicamente destructiva, daña al recto y difunde la enfermedad porque el tejido rectal es frágil y poroso. Psicológicamente, el acto humilla y desprecia la dignidad y masculinidad del hombre.

El comportamiento sexual compulsivo, con su elevado dramatismo y su promesa de gratificación, enmascara la tendencia subyacente, más profunda, más saludable, de conseguir un auténtico vínculo.

La disfunción en el mundo gay es innegable. Los estudios científicos demuestran las siguientes y tristes comparaciones respecto a los heterosexuales:

-La compulsividad sexual es 6 veces mayor.

-Los violencia con su pareja es 3 veces mayor.

-Realizan prácticas sádicas en proporción mucho mayor.

-La incidencia de los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad es casi el triple.

-El trastorno de pánico es 4 veces mayor.

-El trastorno dipolar es 5 veces mayor.

-El trastorno de conducta es 3,8 veces mayor.

-La agorafobia (temor a estar en lugares públicos) es más de 6,5 veces mayor.

-El trastorno obsesivo-compulsivo es 7,18 veces mayor.

-El daño deliberado a uno mismo (suicidio) es entre 2,58 y 10,23 veces mayor.

-La dependencia de la nicotina es 5 veces mayor.

-La dependencia del alcohol es casi 3 veces mayor.

-La dependencia de otras drogas es más de 4 veces mayor.



La promiscuidad está bien ilustrada en la investigación clásica de David P. McWhirter y Andrew M. Mattison, dos gay que informaron en su libro The male couple [La pareja masculina] (1984), de que, de 165 relaciones que estudiaron, ni una sola pareja había podido mantener la fidelidad durante más de cinco años. A los autores -ellos mismos pareja gay- les sorprendió descubrir que los “líos” con terceros no solamente no perjudicaban la duración de la relación, sino  que eran un factor esencial para su supervivencia. Concluían: “El hecho singular más importante que mantiene a las parejas unidas más de diez años es su falta de sentimiento de posesión (p. 256).

Reconociendo la dimensión amor-odio en la actividad homoerótica podemos empatizar con el intento reparativo del hombre homosexual para la resolución de su trauma infantil. Esto ofrece una ventana de compresión de por qué la comunidad gay mantiene una profunda insatisfacción a pesar de sus éxitos sin precedentes en conseguir la aceptación social.

La homosexualidad carece de significación en el mundo natural más que como síntoma, una consecuencia de hechos trágicos. A menos que sea algo de otro mundo, algo hecho de fantasía y deseo. Pero con la ayuda de los medios de comunicación, de Hollywood y del impulso político (el más reciente, el de la Administrción Obama), se ha inventado una nueva definición de la persona humana. Esta prestidigitación lingüística ha creado un producto de la imaginación; la ilusión erótica ha secuestrado la realidad. La antropología clásica ha sido invertida y se ha elaborado un nuevo hombre.

Cuando una persona se etiqueta a sí misma como “gay”, se mueve fuera del ámbito de lo natural y se aparta a sí mismo de la plena participación en el destino del hombre. De padres a hijos y de nietos a bisnietos, la semilla de un hombre es el vínculo entre las generaciones. Por medio de su ADN, vive en otras vidas. Cuando se implanta en el vientre de una mujer, su semilla produce una vida humana. Pero en el sexo homosexual, la semilla de la vida solo puede resultar en descomposición y muerte.

En el acto sexual natural, la raza humana se preserva, y el hombre pervive en las generaciones futuras. Pero en el acto sexual de origen traumático que viola nuestro diseño corporal, su poder generador produce muerte y aniquilación. Y así, la sabiduría del cuerpo presenta este contraste: nueva vida frente a descomposición y muerte.

No es sorprendente que veamos tanta insatisfacción en el mundo gay: no solo por la desaprobación social, sino porque el hombre que vive en ese mundo siente la futilidad de una identidad gay. Supone el fin de esa larga lista de ancestros que un día estuvieron  unidos, a través de los tiempos, por el matrimonio natural.

En el mundo real, una identidad gay no tiene sentido. Solo como un síntoma, como una reparación erotizada de una pérdida de afecto, tiene sentido la homosexualidad.

Traducción de Carmelo López-Arias.

 http://www.religionenlibertad.com/muere-doctor-nicolosi-psicologo-que-ayudo-miles--55406.htm

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