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Adaptar el cuerpo a la mente, un derecho; la mente al cuerpo, transfobia |
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Las numerosas incongruencias del transexualismo evidencian su condición de ideología anticientífica
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La
agenda de los ideólogos de género se está aplicando a una velocidad
irresponsable, dada la escasez de conocimientos ciertos sobre las causas
del transgenerismo.
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Pese a la totalitaria uniformidad de los grandes medios en apoyo a la ideología de género, no hay fundamento objetivo alguno que justifique la intervención hormonal o quirúrgica de un niño que alegue pertenecer a un sexo contrario al suyo.
Denny Burk es profesor de Estudios Bíblicos en el Boyce
College y en el Southern Baptist Theological Seminary, y presidente del
Council for Biblical Manhood and Womanhood. Andrew T. Walker
es director de Estudios Políticos en la Comisión para la Libertad
Religiosa y la Ética y estudiante de doctorado en Ética Cristiana en el
Southern Baptist Theological Seminary.
Denny Burk (izquierda) y Andrew Walker (derecha) completan un demoledor análisis lógico de la ideología de género.
Juntos elaboran en The Public Discourse una articulada respuesta al polémico número de enero de este año de National Geographic, que presenta un niño que dice ser una niña como emblema de una "revolución del género" convertida (visto lo que ha pasado con el autobús de HazteOir) en una ofensiva totalitaria contra la libertad de expresión y la libertad de enseñanza:
El número de enero de 2017 de la revista National Geographic
está dedicado a explorar lo que denomina la “Revolución de género”, un
movimiento revolucionario post-sexual que busca deconstruir la idea
tradicional sobre el cuerpo humano, el dimorfismo sexual varón-mujer y
el género. En un artículo titulado "Volver a pensar el género", Robin Marantz Henig
cita la evolución de las normas sobre el género como justificación de
la revolución de género. Pero la argumentación de Henig no sólo no
convence, sino que está basada en una propuesta radical sobre la
naturaleza humana contraria tanto a la ley natural como a la antropología bíblica.
El propósito de nuestro ensayo no es examinar cada uno de los aspectos
del género que Henig explora. Es, más bien, examinar algunos de los
errores más flagrantes de su artículo. Algunas de las críticas que
leerán no se aplican sólo al artículo de Henig; pueden aplicarse también
al problema filosófico más amplio inherente en el movimiento transgénero.
Identidad de género, confusión de categoría e inconsistencia moral
Lo primero,
y más problemático, es que Henig no ofrece un argumento sólido que
apoye el hecho de que la percepción interna y propia que tiene una
persona de su "identidad de género" determine su género, o tenga una
autoridad mayor que su sexo biológico. El ensayo ofrece testimonios de
personas que declaran que su identidad de género es contraria a su sexo
biológico. Pero el testimonio solo no basta. Afirmar un derecho no
demuestra la autenticidad de este derecho. A los lectores no se les
ofrece ningún dato que explique por qué debemos considerar que
la afirmación sobre la propia identidad de género es una realidad en
lugar de ser un sentimiento subjetivo o una percepción de sí mismo.
Éste es, claramente, el quid de la cuestión que plaga el movimiento transgénero: no está basado en las pruebas, sino en la ideología de un individualismo expresivo,
en la idea de que la propia identidad es autodeterminada, que la
persona en cuestión debe realizar esa identidad y el resto debe respetar
y afirmar esa identidad, sin importar cuál sea. El individualismo
expresivo no necesita un argumento moral o una justificación empírica
para sus reclamaciones, por muy absurdas o controvertidas que sean. El transgenerismo no es un descubrimiento científico, sino un compromiso ideológico previo sobre la ductilidad del género.
Segundo,
Henig redacta una falacia cuando vincula las condiciones intersexo y
transgenerismo. Son dos categorías muy distintas. "Intersexo" es un
término que describe una variedad de condiciones que afectan al
desarrollo del sistema reproductivo humano. Estos "desórdenes del
desarrollo sexual" tienen como resultado una anatomía reproductiva
atípica. Algunas personas intersexo nacen con "genitales ambiguos", lo que dificulta determinar su sexo en el momento de nacer.
Es precisamente en este punto en el que la intersexualidad se distingue
totalmente del transgenerismo. Quienes se definen como transgénero no
tienen que lidiar con la ambigüedad en lo que atañe a su sexo biológico.
El transgenerismo tiene que ver con la variedad de formas con las que
lidian las personas que sienten que su identidad de género no coincide
con su sexo biológico. Por consiguiente, las identidades transgénero se construyen sobre un sexo biológico que, claramente, se sabe cuál es.
La intersexualidad y el transgenerismo son como las manzanas y las
naranjas, pero leyendo el artículo de Henig esto no llega a saberse. A
los que están impulsando la revolución de género les interesa confundir
las categorías. Creen que si pueden demostrar que el sexo biológico es
un amplio espectro en lugar de ser un binarismo podrán destruir el
esencialismo de género. Pero las condiciones intersexo no desmienten el binarismo sexual.
Son desviaciones de la norma binaria y no el establecimiento de una
norma nueva. Por lo tanto, la experiencia fisiológica de la
intersexualidad es una categoría diferente respecto a las construcciones
psicológicas de la disforia de género y el transgenerismo. Henig
vincula de manera problematica estas dos categorías para enturbiar la
identidad de género y la anormalidad médica e igualarlas.
El transgenerismo es algo distinto a la intersexualidad, que no
niega el hecho de que los seres humanos somos o varones o mujeres. En la
imagen, José Luis López Vázquez en Mi querida señorita (1972)
de Jaime de Armiñán, una delicada aproximación al caso de una mujer que,
en plena madurez, descubre que en realidad es un hombre.
En el mismo artículo Henig cita un estudio que vincula la disconformidad
de género con el autismo. Cualquier conclusión que este estudio
pretenda establecer, no valida una supuesta identidad transgénero. Como
mucho, puede establecer una correlación entre la disconformidad de
género y el autismo, pero ni una causalidad, ni una corroboración de la
ideología transgénero. De nuevo, aceptar indiscriminadamente que la propia identidad de género es contraria al propio sexo biológico no es más que ideología sin
ningún tipo de prueba o dato empírico que apoye dicha afirmación. Es
metafísicamente imposible verificar la afirmación según la cual la
identidad de género que uno declara confirma una comprensión más exacta
del propio género que del propio sexo biológico.
La última página del artículo de Henig apoya la mutilación de menores de
edad con una foto a toda página de una chica de diecisiete años, con el
torso desnudo, que se ha sometido recientemente a una doble mastectomia
para empezar su "transición" a chico. ¿Por qué los ideólogos del
transgenerismo consideran perjudicial que se intente cambiar la mente de
un niño de este modo y, en cambio, consideran un progreso mostrar su
pecho desnudo y mutilado para un tema de portada? Los ideólogos del
transgenerismo como Henig nunca afrontan la contradicción ética que hay
en el centro de su paradigma. ¿Por qué es aceptable alterar
quirúrgicamente el cuerpo de un niño para igualar la visión que tiene de
sí mismo y, en cambio, es un fanatismo intentar cambiar la visión que
tiene de sí mismo para que iguale a su cuerpo? Si es un error
intentar cambiar la identidad de género de un niño porque es inamovible e
interferir sería perjudicial, ¿por qué es moralmente aceptable alterar
algo tan inamovible como la anatomía reproductiva de un menor? La
inconsistencia moral es evidente.
Ciencia poco convincente y afirmaciones contradictorias
Tercero,
el artículo hace referencias indirectas a la "Teoría del cerebro
sexual" con el fin de apoyar la conclusión más amplia de que las
identidades de género ampliadas son inmutables, objetivas y una
expresión auténtica del género real de una persona. Henig es justamente
consciente de las deficiencias de la teoría del cerebro sexual pero, sin
embargo, al final fracasa en su intento de ofrecer legitimidad a las
reclamaciones del transgenerismo a la luz de la falta de resultados concluyentes de los estudios científicos sobre esta cuestión.
Por esta razón su argumentación es, en última instancia, poco convincente y problemática: no hay un consenso científico sobre lo que causa el transgenerismo.
Las teorías sobre el cerebro sexual son hipótesis, pero Henig escribe
como si la revolución a la que ahora nos enfrentamos fuera sana y sólida
y tuviera que ser aceptada sin cuestionarla. Si Henig admitiera la
falta de certeza en lo que respecta al transgenerismo, supondría
desbaratar la certeza sobre la que se basa el artículo (y toda esta
cuestión). Henig fracasa al abordar sus hipótesis y admite que las
categorías descritas en el artículo están basadas en la teoría, no en
hechos.
Cuarto, más allá del artículo de Henig, el reportaje de National Geographic está
plagado de declaraciones contradictorias e incoherentes. Por ejemplo,
la sección titulada "Ayudando a las familias a hablar sobre el género"
aconseja: "Entender que la identidad de género y la orientación sexual
no puede cambiarse, pero que el modo como las personas identifican su
identidad de género y su orientación sexual puede cambiar a lo largo del
tiempo a medida que descubren más sobre sí mismas". La primera mitad de
la frase afirma la inmutabilidad de la identidad de género, pero la
segunda mitad declara que el conocimiento de uno mismo sobre estas
cuestiones puede cambiar a lo largo del tiempo. Pero si ya hemos
definido nuestros términos, ¿no es esto una contradicción? La identidad de género no es una categoría objetiva, sino subjetiva.
Es el modo que tiene una persona de percibir su ser hombre o mujer
(Yarhouse, pp. 16-17). Si esta percepción es fija e inmutable (como
afirma la primera parte de la frase), entonces es incoherente decir que
el conocimiento de uno mismo puede cambiar a lo largo del tiempo (como
afirma la segunda parte de la frase). El conocimiento que uno tiene de
uno mismo puede cambiar o no, pero no pueden ser ambas cosas. Es una
contradicción desconcertante contenida en una misma frase, pero esto no
parece importarle al autor.
Además, la afirmación de que las identidades transgénero son tan fijas e
inmutables como la orientación sexual es, sencillamente, algo que no
está sostenido por ningún tipo de consenso científico. Según un importante informe publicado por Lawrence Mayer y Paul McHugh en The New Atlantis,
"las pruebas de que las cuestiones relacionadas con la identidad de
género tienen un alto índice de persistencia en los niños son escasas".
De hecho, aproximadamente el 80% de los niños que experimentan
sentimientos transgénero resuelven totalmente sus dificultades sin
ninguna intervención tras alcanzar la pubertad. Decir que las identidades transgénero son fijas e inmutables es, sencillamente, incorrecto.
¿Qué es lo que requiere realmente la justicia?
Quinto, toda esta cuestión plantea la revolución de género como la próxima frontera de la justicia social.
Esto es tener realmente poca visión de futuro visto el ritmo acelerado
con el que se implanta la revolución de género a América. Pero
encuadremos de nuevo elementos de la discusión que han sido omitidos en
el artículo de Henig y en todo este número de la publicación:
- ¿Por qué debería aceptar la sociedad una teoría de género que tiene un recorrido histórico tan breve?
- ¿Por qué no pedir que se investigue si ciertos entornos son la causa de estas nuevas experiencias en la historia humana?
- ¿Por qué no se analizan los elementos politizados del transgenerismo, respaldados por un movimiento LGBT agresivo?
- ¿Por qué omitir la historia contestada detrás de este movimiento, a saber, que la comprensión de que la confusión de género es una patología que puede ser sanada más que una norma que debe ser abrazada, habitual hasta hace poco, es ahora estigmatizada, si no eliminada de la historia?
- ¿Por qué esta prisa en aceptar la afirmación de que alguien es miembro
del sexo opuesto o de que no posee género de ningún tipo?
- ¿Por qué la justicia requiere que se acepte una medicina que mutila
las partes que funcionan de un cuerpo, todo en nombre de la identidad de
género?
Henig no acepta ninguna voz discrepante que cuestione la validez de las
identidades transgénero. Su artículo, y toda la revista en conjunto, da por hecho la idea de que la compasión y la justicia median sólo si se aceptan las controvertidas teorías contenidas en la publicación. Nosotros lo rechazamos totalmente.
Por último, el artículo fracasa al exponer las conclusiones derivadas de su premisa. En una leyenda podemos leer:
"Henry era varón al nacer, pero se considera 'de género creativo'. Se
expresa a través de su peculiar sentido de la moda. Sus padres le han
matriculado en el Bay Area Rainbow Day Camp, donde puede encontrar el
vocabulario para explicar sus sentimientos. Con seis años, está muy
seguro de quién es".
Esta leyenda es radicalismo desenfrenado. Nadie con seis años está seguro de quién es.
Una afirmación radical sin formarse un juicio no es un planteamiento
sano para los padres o una estrategia regulatoria factible para la
sociedad. ¿Realmente se supone que los padres deben evitar cualquier
forma de juicio y doblegarse a los fugaces caprichos de sus hijos? ¿Debe
extenderse esto a todos los sujetos?
En un determinado momento, Henig describe a una persona que está
buscando una identidad con la que "sentirse bien". Esto es
alarmantemente subjetivo y está sujeto a reinterpretaciones infinitas de
uno mismo. Lo que puede ser "sentirse bien" para una persona no ofrece
un camino a lo que está bien. Éste es también un ejemplo de por qué la
revolución de género consiste en "aljibes agrietados que no retienen
agua" (Jer 2, 13). Como demuestra un vídeo que se ha hecho viral,
usar los términos "identidad" e "identificar" junto al término "género"
lleva a unas afirmaciones frívolas y ridículas que, en conciencia,
sabemos que son falsas. Y, desde luego, esto es lo más problemático de
este artículo: aceptar las afirmaciones en él contenidas implica
eliminar nuestra conciencia. Significa burlarse de la "ley escrita en el corazón" de la que es testigo nuestro cuerpo en su complementariedad.
Como demuestra este artículo, no hay limites a la revolución sexual y
de género: sólo el despertar de la carnicería humana que resulta de
eliminar la verdad.
Henig hace una admisión sorprendente y llamativa casi al final de su
ensayo: "La biología tiene la costumbre de manifestarse en el tiempo".
En esto Henig tiene razón. La humanidad no puede escapar de los límites
grabados en ella. Es imposible transgredir los límites
biológicos impresos en la naturaleza humana sin que se deshagan las
categorías fundamentales de la existencia humana. Si algo nos dice la historia del National Geographic es
que una sociedad que desciende por el camino de la experimentación
voluntarista acaba en la desgracia y niega el propósito humano. En
verdad, este movimiento nacido de intelectuales afectados y mitología progresista no es nada más que la barbarie disfrazada.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
http://www.religionenlibertad.com/las-numerosas-incongruencias-del-transexualismo-evidencian-condicion-ideologia-anticientifica-55207.htm
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