Expertos, psicólogos, médicos, educadores y
organizaciones de consumidores llevan años enarbolando una denuncia que
no termina de ser atajada de un modo contundente por los distintos
entes sociales y económicos: la erotización de la infancia es una
tendencia de la que se tiene constancia desde hace dos décadas y, pese a
su gravedad, no hace más que agudizarse y expandirse a nuevos y
fértiles feudos.
La
denuncia hecha efectiva por la asociación de consumo Facua hace una
semana contra la cadena de hipermercados Carrefour, por la
comercialización de un biquini para niñas con relleno en el sujetador (foam)
y la publicitación del mismo a través de una imagen hipersexualizada de
una menor, ha vuelto a devolver este asunto durante unos días a la
tarima pública, causando una indignación generalizada. Una prenda
como ésta ya fue puesta a la venta por la cadena textil Primark hace
unos años, que tuvo que encerrarla en sus almacenes por orden judicial
tras el escándalo suscitado.
Sin
embargo, no se trata de algo nuevo y las situaciones tienden a
repetirse como en un bucle cada vez mejor asimilado por una sociedad en
continua apuesta por espolear la imagen sexual de los menores.
Especialmente, de las niñas.
Psicólogos infantiles alertan de que cada
vez se enfrentan a más casos de niñas deprimidas o angustiadas por su
deseo de adaptarse a los cánones de belleza más sexualizados de
occidente: por no tener un busto voluminoso, o el rostro ideal lanzado
desde medios de comunicación, producciones audiovisuales de ficción y
campañas publicitarias.
La infancia parece haber acortado años, y de pronto, las preocupaciones de las niñas se asemejan más a las de adolescentes.
Sexualizados por la moda
Escándalos como el surgido por los biquinis de Carrefour y su campaña gráfica los recordamos de ocasiones anteriores. En
2007, la Comunidad de Madrid censuró una campaña de Armani Junior por
"incitar al turismo sexual". En la fotografía, dos menores asiáticas
exhibían sus menudas anatomías con biquinis y una inquietante
ambigüedad.
En 2011, la revista Vogue realizó
un arriesgado movimiento comercial al publicar una sesión de fotos de
ropa de firma utilizando a niñas ataviadas como si de mujeres adultas se
tratara, con un maquillaje agresivo, tacones y poses que rezumaban
sensualidad. Voces críticas en el ámbito de los medios no tardaron en
clamar contra un reportaje que era "un regalo para los pedófilos".
El mismo año, Moschino también desató una
semana de ira contra la campaña de su perfume Oh, Lola!, para la que usó
a la actriz Dakota Fanning, de 17 años entonces, en una postura tan
sugerente como explícita. La menor sujetaba entre sus piernas la botella
de la esencia, de un modo un tanto artificial y revelador, dejando muy
poco a la imaginación.
Pero
no es solo la publicidad. Los nuevos ídolos de los menores, lanzados
desde el mundo de la música y, especialmente, de las series de
televisión, son niñas que visten como Shakira o Beyoncé, que manejan el
concepto de lo que es 'sexy' y que marcan sus incipientes curvas con
orgullo.
Los casos de las cantantes e intérpretes
Miley Cyrus y Selena Gomez trazan ejemplos paradigmáticos. Ambas se
hicieron populares en la factoría Disney a través de las series Hannah Montana y Wizards of Waverly Place, respectivamente,
y una vez acabados sus trabajos televisivos, apostaron por mantener una
imagen muy ligada a la moda y a la belleza, pasando de niñas a mujeres
con inusitada ansiedad -también agudizada por el problema que suelen
experimentar las estrellas infantiles durante su crecimiento, que en
múltiples ocasiones acaban en fracaso-.
La drástica transición de Miley Cyrus
Miley Cyrus se apresuró a protagonizar su primer posado desnuda para la revista Vanity Fair.
Tenía solo 16 años y la fotografía fue toda una declaración de
intenciones: la dulce Hannah Montana estaba ya muerta y enterrada. Se
trató de un sagaz y engrasado movimiento de marketing para dar la vuelta
a su imagen bajo la prestigiosa batuta de la fotógrafa Annie Leibovitz.
La
repulsa hacia esta nueva Miley sensual y despojada de telas no tardó en
llegar, pero la cantante consiguió lo que quería: saltar a la liga
superior, la de las estrellas del pop de masas, sin rozar los difíciles
fangos de la transición de niño a adulto.
Su caso dio lugar a que los
norteamericanos, auténticos cazadores de tendencias, acuñaran el término
'tween' para identificar a un nuevo mercado comercial emergente: niños y
niñas entre 8 y 13 años, demasiado maduros para ser niños, demasiado
pequeños para ser adolescentes. Es este arco el más expuesto a la
hipersexualización.
Concursos de belleza infantil,
maquillaje empaquetado como caramelos, campañas publicitarias con niñas
en poses adultos, ídolos revestidos de erotismo y referentes de mujeres
adultas enganchadas a la obligación de estar perfectas desde las
publicaciones femeninas añaden interferencias en la trama de la imagen
de las niñas, que desde temprana a edad comienzan a preocuparse por
cómo ser atractivas para los hombres, en detrimento de potenciar otro
tipo de habilidades para su desarrollo personal.
Estas piezas construyen, además, el
refuerzo perfecto para las ideas sexistas de inferioridad de la mujer
sobre el hombre y para ligar la imagen femenina a una finalidad
contemplativa, de placer y mera decoración.
La polvareda levantada hace una semana por
los biquinis de Carrefour demuestran que la cuestión sigue flotando en
el ambiente, y que no parece haber diques que contengan una realidad que
ha empañado el crecimiento infantil abandonándolo a la suerte en sus
aguas más turbias.
http://ecodiario.eleconomista.es/sociedad/noticias/5844204/06/14/Erotizacion-de-la-infancia-la-moda-mas-peligrosa-del-siglo-XXI.html#.Kku8iHH4395K1RU
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