Me concibieron en una violación brutal y me enteré
de ello cuando era muy pequeña. El conocimiento de este hecho y el abuso sexual infantil del que fui
víctima por parte de mi propio padre y, más tarde, por un tío materno me
hicieron sentir que no valía nada y era
una niña muy vulnerable.
Tenía 12 años cuando mi madre se divorció por
segunda vez. Desde los trece años, había estado metida en drogas y alcohol,
vagando por el vecindario y saliendo con un fisicoculturista que conducía un
Cadillac negro. Me cortejó y fue muy paciente mientras me manipulaba para
meterme en su cama.
Yo me sometía a ese tráfico sexual por miedo, no porque me encerraran o amenazaran. No
tenía esperanzas de que las autoridades me ayudasen. Un apartamento en el que
me alojé fue alquilado al candidato a sheriff de esa pequeña ciudad. Algunos de
mis clientes eran hombres de negocios, un concejal de la ciudad, profesionales,
así como amantes de la violencia y mal.
Él me vendió por
primera vez el día que cumplí 14 años. Me paré en tres pulgadas de lodo
congelado, con los tenis llenos de agua helada, tiritando delante de una
farmacia local al final de la calle donde vivíamos esperando a que me
recogiera. El comprador estaba encantado de saber que yo era tan joven,
inexperta y miedosa.
El proxeneta me
vendió por sexo cientos de veces. Luego me vendió a otro hombre que, a su vez,
me vendió por sexo también. Era un círculo vicioso de abusos, violación en
grupo, intento de suicidio, insomnio, acurrucarme en puertas y escalinatas de
iglesias, drogas, alcohol, arrestos y huir de nuevo.
A los
diecisiete años, me vendieron a un hombre como una "mascota".
Pensé que estaría más segura, al menos tendría que servirle solo a él. Me
vestía bien y me llevaba a cenas agradables. Obtuve un trabajo y finalmente
sentí un poco de estabilidad, era casi normal.
Me había dicho que si me embarazada tendría que
abortar. Me asustó, pero
no sentí que tuviera elección.
Después de cuatro meses, quedé embarazada. Mientras golpeaba su puño en el brazo de
madera del sofá, me gritó: "¡No quiero vida!". Era aterrador - su voz
se disparó a través de mí. El hombre era un jefe del crimen organizado. Dijo
que me haría un aborto o me mataría y yo sabía que esto era cierto. Uno de sus
agentes había sido mi traficante y me había golpeado y violado en numerosas
ocasiones. Concerté la cita para abortar
en su presencia.
Esa noche alcé las manos al cielo mientras lloraba
y rezaba: “¡Dios, si eres real, por favor ayúdame!". De alguna manera, me quedé dormida y soñé
con un aborto con todo detalle desde la
perspectiva del interior de la matriz. No tenía conocimiento del aborto en ese
momento, pero ahora sé que era preciso por el nivel de desarrollo gestacional
en gran detalle. Esas pequeñas manos y pies, ese rostro diminuto, las costillas
y la sangre... ¡Era horripilante! Yo siempre había querido ser mamá desde que
tenía uso de razón.
Cuando desperté, llamé a todos los que se me ocurría que me
podrían ayudar. Busqué entre las tarjetas de presentación que la gente me
había entregado en algún momento y di con una trabajadora social que había
tratado de ayudarme una de las veces que me fugué. Ella me encontró un hogar
para chicas embarazadas al que me llevaría. Algunos amigos llevarían mis cosas
a una bodega. Pero, ¿cómo me iría? Mi captor insistió en salir a cenar después
de la cita para el aborto.
Así que llegó el día.
Me fui e hice arreglos con la trabajadora social, pero volví y me preparé para
la cena. Estaba tan asustada que estaba llorando y casi histérica todo el día.
Con mi cara hinchada, ojos inyectados en sangre, temblores y respiraciones
superficiales, entré en el coche. Estaba muy intranquila - mi respiración lo
delataba. Tartamudeé cuando le dije que me quería ir a vivir con una prima que
me daría trabajo.
"Algo me
pasó en esa mesa", le dije, "ya no quiero estar aquí". Pensé que
él lo entendería porque me había platicado de otras chicas a las que había
obligado a abortar y las había dejado ir. Toda la noche estuve muy nerviosa, no
podía quedarme quieta porque tenía mucho miedo de que me descubriera. Fui al
baño con frecuencia y lloré durante toda la cena, fingiendo náuseas y dolor. De
camino a casa, me dijo que podía irme, pero si volvía a la ciudad, tendría que
encontrarlo.
Salí de su casa
rápidamente al día siguiente. Le prometí
a Dios que formaría a mis hijos en el temor y admonición del Señor si mi bebé
nacía bien. Ella era perfecta, y yo cumplí mi promesa. La gente que me
conoce hoy, no puede comprender como pude haber vivido una vida así. Y yo les
explico: Salvar a mi bebé me salvó la
vida.
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