¿Por qué la izquierda promueve el homosexualismo?. Por Nicolás Márquez.
¿Qué tiene que ver el “hombre
nuevo socialista” con un individuo homosexual? Absolutamente nada y
aunque con las limitaciones naturales de su actividad, en el único
sistema conocido en el cual el sodomita ha podido desarrollar su vida
afectivo-sexual es en el capitalista-occidental. Sin embargo, el sujeto
homosexual ha sido hoy capturado por los mismos sectores que no hace
mucho lo hubiesen inflamado a latigazos y, encima, le han inyectado un
discurso ideológico que a éste le sirve de alivio personal y de cruzada
militante al servicio de una causa que ni siquiera es la suya.
Un joven homosexual probablemente ha
padecido angustias, dudas, conflictos de identidad y confusiones. Quizás
por su desacomodada condición nunca se sintió del todo establecido en
su vida social (colegio, club, cumpleaños, salidas) y ha gastado muchas
energías no en politizarse sino en tratar de auto-encontrarse o
definirse y ver exactamente desde qué lugar él se va a parar en su vida
de sociedad y familiar. Luego, aparecen estos grupos de izquierda que en
el afán de reclutarlo lo ensalzan, lo contienen, le presentan a otros
reclutas en su misma situación y, encima, los titiriteros que lo captan
le dicen al joven homosexual que sus insatisfacciones no son
consecuencia de su contrariada tendencia sino que él es “víctima” de un
patrimonio cultural opresor. ¿Y cuáles son esas instituciones opresivas?
La Iglesia, la familia y la tradición: o sea, “casualmente”, los
pilares de la civilización occidental que la izquierda siempre ha
pretendido destruir.
Conforme con la característica
izquierdista consistente en anular la responsabilidad personal y echar
siempre culpas en el afuera, el homosexual recién captado encuentra
ahora un enemigo externo y además culpable de su malestar interior, lo
cual le genera a él una suerte de alivio circunstancial. Seguidamente
sus nuevos referentes del grupo le dan una banderita multicolor en una
mano y una estampa del Che Guevara en la otra, y el inexperto sodomita
es lanzado a la militancia catártica con un libreto básico pero
efectista, a tal punto que lo acaba convirtiendo en un ardoroso
activista de una causa que en el fondo les es ajena.
¿Y por qué razón la nueva izquierda
escogió y promovió al homosexualismo como uno de los grupos militantes
para teledirigir hacia su causa? Las respuestas son muchas y buscaremos
ofrecer las que consideramos más relevantes.
Por un lado, es un dato sobrado que
varios de los pensadores y dirigentes homosexualistas (sean éstos
homosexuales o no) son de izquierda (Wilhelm Reich, Herbert Marcuse,
Harry Hay, Michel Foucault, Paulo Freyre, Guy Hocquenghem, Jacobo
Schifter Sikora, Paco Vidarte y Beatriz Preciado, además de los locales
Néstor Perlongher, Héctor Anabitarte o Ernesto Meccia, entre tantos
otros) y en sus tesis siempre han especulado en mayor o menor medida en
promover esta suerte de simbiosis consistente en trasladar la vieja
lucha de clases hacia otro tipo de conflictos sociales en pugna,
procurando mantener vigente la tensión dialéctica más allá de cuál sea
la causa que lo genera.
Asimismo la izquierda, ante estos nuevos
interlocutores (los homosexuales) puede seguir enarbolando fantasías
igualitarias (que antes eran económicas y ahora son
culturales/antropológicas) y si bien no es propio de la izquierda hablar
a favor de la “libertad”, ésta siempre abrevó históricamente en el
concepto de “liberación”, el cual hoy fue readaptado y además, esa
exhortación liberacionista tiene una connotación inseparablemente unida a
la de la “rebelión”: nadie se libera si no se rebela. ¿Rebelarse y
liberarse ante qué o ante quién? Antes era contra el “imperialismo”,
“los poderosos”, los “detentadores de los medios de producción” y varias
otras abstracciones, pero en el tema que nos ocupa se le propone al
homosexual liberarse de la “superestructura patriarcal” que tanto lo ha
marginado y destratado, la cual se encuentra conformada por la Iglesia
Católica y la familia tradicional. De esta manera se incita al sodomita
reclutado a romper con la Iglesia, la familia y la tradición cultural
occidental, a los cuales se los sindica como culpables de los sinsabores
emocionales que él habría padecido por el mero hecho de “ser
diferente”. ¿Y
por qué razón la izquierda busca por blanco estos tres ítems (Iglesia,
familia y tradición)? En verdad buscó combatirlos siempre, sólo que
ahora encontró nuevos pretextos y un ejército gratuito dispuesto al
renovado enfrentamiento abierto.
Contra la Iglesia, la guerra se desata
porque más allá de cuestiones de Fe y de toda connotación sobrenatural o
teológica, ésta siempre estuvo en favor de las jerarquías, de la
existencia de la propiedad privada, de que las clases sociales convivan
en armonía y del respeto por el orden natural. O sea que por su propia
composición doctrinal e institucional, la Iglesia desde siempre fue un importantísimo freno cultural y espiritual contra el avance de las ideas izquierdistas
,
que la misma condenó en un sinfín de documentos: no sólo desde
Encíclicas tales como Quod Apostolici Muneris, Inmortale Dei o
Divinis Redemptoris sino hasta por medio de un decreto del Santo
Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) ordenado
por Pío XII el 1º de julio de 1949 que prohíbe a los católicos “dar
su nombre a los partidos comunistas o prestarles favor”, y
quienes “defienden o propagan la doctrina materialista y
anticristiana de los comunistas incurren, por este hecho,
como apóstatas de la fe católica, en la excomunión reservada
de especial manera a la Sede Apostólica”[1].
Pero
no es necesario ser un erudito en asuntos eclesiales dado que los
puntos más básicos y populares del cristianismo se oponen de punta a
punta al comunismo y sus derivados en todas sus manifestaciones; nos
referimos a los Diez Mandamientos, los cuales son sabidos y aprendidos
hasta por cualquier niño que desee incursionar en el catecismo
parroquial. En efecto, el Decálogo nos manda “amar a Dios sobre
todas las cosas”, “no tomar su santo nombre en vano” y “guardar
los domingos y fiestas de preceptos” (el comunismo por su
materialismo es confesadamente ateo). “Honrar padre y madre” (aquí se
resalta no sólo el concepto de jerarquía natural sino el de familia).
“No cometer actos impuros” y “no desear la mujer del prójimo”
(nuevamente son preceptos que no sólo defienden a la familia tradicional
sino que riñen con el pansexualismo). “No robar” y “no codiciar
bienes ajenos” (el comunismo niega la existencia de bienes
ajenos al no reconocer el derecho de propiedad). “No matar”
(el comunismo superó los cien millones de asesinatos en el
Siglo XX y hoy promueve el genocidio infantil a través del aborto).
Finalmente, el decálogo dice “No mentir” (para enumerar
las mentiras históricas y presentes del comunismo deberíamos escribir
libro aparte). Finalmente, más allá de algunos desvíos o actualizaciones
sufridas a través del tiempo, es un hecho que el cristianismo en
general o el catolicísimo en particular no tienen punto de contacto
alguno con el comunismo y sus derivados. Rebelarse ideológica y
políticamente contra ello es un frente de batalla que la izquierda nunca
puede descuidar, y la comunidad homosexual es caldo de cultivo para mandarla al frente a los fines de lidiar acríticamente
:
habitualmente las violentas marchas tanto feministas como
homosexualistas suelen hacerse en las puertas de Iglesias o catedrales
en el afán de “escracharlas” o agredirlas en sus bienes físicos y
humanos.
Respecto del ataque de la izquierda
contra la familia, encontramos aquí elementos de orden ideológico pero
también de índole práctico. Por empezar, la familia es el núcleo
afectivo y de contención por antonomasia. Lo primero que toda persona
conoce es su familia, y advierte así la existencia de jerarquías
sucesivas y naturales a las cuales amorosamente tiene que obedecer y
depender: padre, madre, hermano mayor, etc., y el niño va internalizando
ese orden jerárquico, el cual nada tiene que ver con el utopismo
igualitario y horizontal que la izquierda pretende promocionar (aunque
luego sus regímenes sean crueles autocracias verticalistas).
Por supuesto que en un matrimonio puede
ser que sea la madre quien tenga una personalidad más imponente que la
del padre o que la opinión de un hermano menor tenga mayor peso en su
influencia que la de un hermano mayor con motivo de características de
la personalidad. Pero más allá de eventuales intercambios de ciertos
roles no esenciales, lo concreto es que la jerarquía como concepto es lo
que el niño aprende y absorbe como natural y como modelo desde su
primer día de vida. Por ende, a la izquierda le interesa romper con la
noción de familia para disolverla y reemplazarla progresivamente por
experimentos propensos a un relativismo igualitario y así fomentar en
las nuevas generaciones, o bien la desjerarquización, o en su defecto el
conflicto familiar para que ésta se vea erosionada. Luego, golpear o
envilecer a la familia es además una manera implícita de golpear por
añadidura a la religión: no nos olvidemos que el matrimonio fue y es un
Sacramento religioso, ante lo cual, diría un viejo refrán, al atacarlo
se estarían “matando dos pájaros de un tiro”.
¿Y a todo esto qué tiene que ver la
tradición? Si para la izquierda el “Estado burgués” es el órgano
arquetípico de la sociedad política a la cual hay que destruir, la
familia es el órgano arquetípico de la sociedad civil al que también hay
que destruir, porque entre otras cosas, ésta es dadora de valores, usos
y costumbres, es decir, es el órgano por excelencia depositario de la
tradición o de las tradiciones que se encuentran en las antípodas del
sujeto revolucionario. Vale decir, los padres le transmiten a sus hijos
muchos de los valores que a su vez ellos recibieron de sus respectivos
padres (y así sucesivamente). Luego, la familia es el principal ente
emisor de la tradición y no se puede hacer una revolución cultural sin
romper con la tradición cultural: esta última constituye el freno de
aquella.
Justamente, por regla general la familia
no pretende hacer de sus hijos revolucionarios frenéticos sino hombres
de provecho que sean continuadores, perfeccionadores o superadores de su
tradición familiar y así contar con las mejores herramientas para
insertarse en el mercado. Y la izquierda tuvo esto tan claro, que ya
desde los años ‘70 las organizaciones terroristas ERP y Montoneros en
Argentina (que a la sazón despreciaban a la homosexualidad), buscaban no
sólo controlar que los guerrilleros tuvieran el menor contacto posible
con su familia de origen, sino además constituir a la propia
organización como sustituto de aquélla: la organización terrorista
pretendía erigirse en una suerte de familia colectiva que reemplazara y
rompiera con la estructura “burguesa” en la cual cada guerrillero había
sido educado. Más aún, en muchos casos los guerrilleros reclutados eran
luego programados e instigados a atentar contra la vida de sus propios
progenitores como señal de fidelidad y lealtad a la causa
revolucionaria. Asimismo, es sabido que el sistema comunista soviético
buscó siempre reemplazar a la familia por el Estado.
Con todo lo expuesto, la izquierda (que
desde hace bastante tiempo que se ha quedado sin argumentos serios para
hacer una revolución), consiguió reinventarse política y
discursivamente. Con ello recluta gratuitamente militantes dispersos que
hoy engrosan sus filas para pelear con proclamas distintas en los
mismos frentes de batalla que ella siempre consideró indispensables. De
esta manera pretende seguir sembrando conflicto social pero además,
estos nuevos conceptos homosexualizantes le permiten a la siniestra
“redimirse” de sus crueldades y homicidios en masa cometidos durante el
Siglo pasado. En efecto, embanderarse con la causa homosexual le es
funcional al neocomunismo para mostrar un rostro “sensible y empático” e
ir dejando atrás el estigma del stalinismo y del maoísmo, que como se
sabe, fueron los grandes genocidas del Siglo XX (superando incluso a sus
primos hermanos del nacional-socialismo).
Ni Lenin, ni Stalin, ni Mao, ni Ho Chi
Min, ni Pol Pot, ni ninguno de los antiguos tiranos de la izquierda dura
vivieron para advertir el gran cambio de estrategia y paradigma
revolucionario; por ende, todos los líderes comunistas o filo-comunistas
de generaciones posteriores han terminado siendo, a diferencias de sus
viejos ídolos, pro-homosexualistas y así, el trotskista, fundador del
Foro de Sao Paulo y ex Presidente Ignacio Lula Da Silva apoyó
abiertamente el “matrimonio homosexual” en Brasil[2];
la Presidente socialista de Chile Michelle Bachellet (exiliada en su
tiempo en la Alemania comunista) se pronunció abiertamente en favor no
sólo del matrimonio homosexual sino también del crimen del aborto[3]; el dictador ecuatoriano Rafael Correa, tras mucho vacilar, acabó imponiendo en su país la unión legal homosexual en el 2014[4]; el ex guerrillero tupamaro devenido en Presidente de Uruguay José Mujica se manifestó a favor del matrimonio homosexual[5]
y, por supuesto, la montonera de cartón Cristina Kirchner fue durante
su presidencia la madrina y abanderada de cuanta exigencia vociferara la
agenda homosexualista en Argentina.
Claro que entre la izquierda clásica y
la nueva hay un personaje excepcionalísimo que participa de ambas al
unísono, dado que no sólo vivió todos los procesos sino que para
desdicha del sufrido pueblo cubano no se termina de morir nunca. Nos
referimos al dictador vitalicio Fidel Castro, quien tras haber masacrado
homosexuales a diestra y siniestra en los campos de exterminio de la
UMAP (edificados a instancias del Che Guevara), en el 2010 “modernizó”
su libreto acorde con la nueva estrategia revolucionaria y en ocasión de
un reportaje que le fuera efectuado, salió al ruedo pidiendo un tardío
“perdón” a la comunidad homosexual:
-“Hace cinco décadas, y a causa de
la homofobia, se marginó a los homosexuales en Cuba y a muchos se los
envió a campos de trabajo militar-agrícola, acusándolos de
contrarrevolucionarios”, le recuerda la autora de la entrevista Carmen
Lira Saade
-F. Castro: “Fueron momentos de una gran
injusticia, ¡una gran injusticia!, la haya hecho quien sea. Si la
hicimos nosotros, nosotros… Estoy tratando de delimitar mi
responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente, yo no
tengo ese tipo de prejuicios (…) Teníamos tantos problemas de vida o
muerte que no le prestamos atención… Si alguien es responsable, soy yo”.[6]
Tanto ha cambiado el castrismo en torno a
este tema, que si bien sigue sin respetar el más mínimo derecho
individual en la isla, en este ítem puntual sí se encargó de organizar
sucesivamente la “Jornada Cubana por el Día Mundial Contra la
Homofobia”. ¿Y quién funge en La Habana de adalid de este flamante
banderín por la “diversidad”? Mariela Castro, hija del dictador Raúl
Castro y sobrina de Fidel, quien además se da el tolerante gusto de
liderar el “Centro Nacional de Educación Sexual”.
Indudablemente la revolución tiene mucho de auténtica: no sólo es hereje sino que su necesidad también tiene cara de hereje.
https://prensarepublicana.com/la-izquierda-promueve-homosexualismo-nicolas-marquez/
Ni una cosa, ni otra. No estoy a favor de que castiguen, maltraten o martiricen a nadie por su condición sexual. Pero lo poco que he visto por tv. estos días, me ha dado asco. ¿Tienen que desvestirse cochinamente para decir "con orgullo" que son homosexuales?. Mal está, pero si al menos lo hicieran jóvenes atractivos, vale. Pero esas personas tan horribles, gordas, sucias y mal hablados, que se exhiben...esos son faltos de cultura y de todo. Quizá porque soy mayor lo veo tan mal.
ResponderEliminarUn beso
No es porque seas mayor. Es que dan asco. Un beso.
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