La teoría o perspectiva de género goza de
un gran predicamento en Estados Unidos, en muchos países de Europa y,
de una forma especial, en España. Su concepción es la única verdad posible,
y quienes difieren de ella son considerados disidentes sin derecho al
respeto. Su presencia en las universidades es notable, y existen
estudios, sobre todo, de post grado, en esta materia. Todo eso sucede a pesar de su endeblez
y gracias a la prohibición de poder practicar un debate racional allí
donde se muestra hegemónica. La confusión de su propio significado, su
indeterminación conceptual, debería poner en guardia a sus propios
seguidores, pero no hay tal cosa, porque en realidad, como sucedió
antaño con otras falacias ideológicas como el estalinismo y el maoísmo,
presentadas en su momento como culminaciones teóricas del comunismo, no
existe ningún interés por los hechos, sino por los postulados políticos
que formulan. Los hechos en los que se apoyan no importan. Las
consecuencias que acarrean menos.
La perspectiva de género se presenta en
una de sus interpretaciones como el intérprete más cualificado de la
desigualdad entre hombres y mujeres, y en este sentido como un
feminismo. Pero no es así porque la mujer como naturaleza no tiene lugar
en su concepción; no existe, solo se dan roles de género,
construcciones culturales que varían a voluntad. Esto explica la
marginalidad de la situación de las embarazadas y madres en sus
reivindicaciones. Pero tampoco esa situación describe por completo su
contenido, porque el sexo deja de ser una construcción cultural en el
homosexual, para pasar a convertirse es un estadio fijo e irreversible, y
todo intento de modificación debe ser proscrito. Su planteamiento
significa además un remiendo de la lucha de clases entre hombres y
mujeres. Y ahí, el hombre es una categoría universal, el heterosexual
masculino como responsable de todos los males de la humanidad. Y esto
permite entender por qué otro grupo muy numeroso de mujeres están fuera
de su consideración: las viudas que cobran pensión
porque era su marido quien trabajó toda la vida. Las mujeres que
contribuyen así al sostenimiento de la familia son vistas como cipayos del patriarcado explotador.
Al fijar todo el problema de la
desigualdad en la relación hombre-mujer, son cómplices del aumento de la
desigualdad económica, porque esta no es la lucha. Sostiene el engaño de que los intereses de la cajera de un supermercado son semejantes a los de una directiva de empresa, algo que sería tildado de reaccionario si se predicara en relación a los hombres
Es necesario recordar el fenómeno estalinista y maoísta
en la Europa democrática en los años cincuenta, sesenta y parte de la
década siguiente del siglo pasado, para entender como el hecho de que
una ideología se acredite en nuestra sociedad no significa que
responda a la realidad, ni que sea positiva para las personas.
Simplemente encarna unos determinados deseos y estados de opinión.
También a unas necesidades políticas, tácticas para unos, estratégicas
para otros. Pero como no encajan precisamente con la realidad -no
forman parte de la verdad- su fuerza durante unas décadas, en las que
parece que ha llegado el fin de la historia, se desvanece casi sin dejar
rastro, aunque por desgracia no suceda los mismo con sus secuelas.
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