Queridísimo Papa Francesco,
¡Me llamo Eliseo y te escribo para decirte cuánto te aprecio! Debo
admitir que mi corazón seguía estando ligado a Juan Pablo II hasta que
has llegado tu: su historia hablaba a mi historia. Cuando le veía y
escuchaba, algo se movía en mis entrañas. Su mensaje en Roma en el 2000 a
los jóvenes resuena aún potente dentro de mi. ¡Porque es verdad!
Nuestra sed de amor, de belleza, de verdad… ¡Es a Él a quien buscamos!
Juan Pablo no se enfadará por este nuevo impulso de afecto mío, y espero
tampoco Benedicto, que tiene todo mi afecto.
¡Papa Francisco! Con tu simpatía me has robado el corazón. Estaba bajo
el balcón cuando fuiste elegido, vivimos el Pentecostés esa noche en San
Pedro, en el silencio, en las oraciones que recitamos juntos, en cada
palabra que pronunciaste. Cuando nos saludaste, la fiesta en la plaza no
se acababa. Tuve la clara sensación de que la Iglesia no estaba
dormida, como nos quieren hacer creer, ¡la Iglesia está más viva que
nunca!
Yo soy un chico, ya más bien un hombre adulto, y sufro pulsiones
homosexuales. Estoy sorprendido porque hoy los titulares de los
periódicos hablan solo sobre lo que has dicho o no has dicho sobre los
gays, olvidando las bellísimas palabras que has dicho a los jóvenes en
estos días en Río.
¡Pero yo quiero recordarlas! ¡Has empujado a los jóvenes a ir! También a
las periferias de la existencia, allí donde a menudo has enviado a los
sacerdotes, invitándoles a tomar el olor de las ovejas. Has hablado de
estos jóvenes que presionan para ser protagonistas del cambio y has
citado a Madre Teresa, que decía de empezar por ti y por mi para cambiar
el mundo.
Papa Francisco, quiero hablarte de las periferias de la homosexualidad, yo he descubierto tres.
La primera es la de quien se descubre homosexual. Es la periferia de la
soledad. Recuerdo que cuando me reconocí homosexual, por un momento se
me enturbió la vista. Me pregunté por qué me pasaba precisamente a mi,
recuerdo que estaba yendo a la Misa diaria. El joven que admite ser
homosexual se siente un monstruo y no sabe con quien hablar de ello.
¿Los padres? ¿Por qué darles un sufrimiento tan grande? ¿Los amigos? Se
burlarían de mi. ¿Los sacerdotes? Me dirían que es un pecado. Cuando lo
hablé con Dios, encontré en la Biblia esta palabra: “Pero cuantos
esperan en el Señor recobran la fuerza, les salen alas como águilas,
corren sin esforzarse, caminan sin cansarse”. Es Isaías. En la imagen de
la fuerza he leído una promesa. Porque a mí me parecía que no era varón
porque no era fuerte como los de mi edad. Después encontré el valor de
hablar de ello con un sacerdote, y con el tiempo a amigos de fiar.
La segunda periferia es la homosexualidad de quien es creyente. Sí, hay
también muchos homosexuales que creen en Jesús, pero que no aceptan lo
que la Iglesia dice sobre la homosexualidad y sobre la sexualidad en
general. No pienso en ellos, pero sí en aquellos en cambio que aman a la
Iglesia y que quisieran seguir sus enseñanzas. La homosexualidad tiene
un problema fundamental, que lleva a vivir a menudo una sexualidad
desordenada y excesiva: las personas homosexuales sienten pulsiones
compulsivas fortísimas dentro de sí, además de ello a veces pueden nacer
incluso sentimientos reales. La propuesta de la castidad o del celibato
puede parecer un acto de heroísmo, un martirio que sólo pocos pueden
afrontar. Estos hombres cada vez son los menos, porque el concepto de
castidad es cada vez menos comprensible en nuestra sociedad, también en
el ámbito católico, y por si fuera poco reciben también los golpes de la
militancia gay, porque les consideran una especie de traidores.
Muchos luchan con la esperanza de curarse, una curación sin embargo que
mantiene siempre las marcas de las cicatrices. En este punto se es
siempre un poco más sensible.
La tercera periferia son los infiernos de la homosexualidad. Donde el
homosexual pierde la dignidad de persona humana. Son los sitios de
internet de contactos, una especie de escaparate donde exhibir jirones
del propio cuerpo para encontrar quien te compre aunque sea a poco
precio. No se trata siempre de dinero, sino del precio de la propia
dignidad. Son las calles donde de noche se buscan encuentros con otros
hombres que puedan llenar los propios vacíos. Son los locales gay, como
las discotecas o también esos nuevos burdeles que se esconden como
círculos culturales (hay uno en Roma que se llama “El diablo dentro” y
no digo más) donde se practica todo tipo de depravación. Son las
manifestaciones en las que se pide dignidad por la propia condición, y
en cambio se la pierde.
Tu nos pides que vayamos a las periferias y que lo hagamos juntos. Yo
aún soy muy frágil, pero te pido que reces para que pueda tener la
fuerza. Veo lo que está sucediendo en Italia, últimamente he escrito una
carta a una escritora católica (Costanza Miriano) que ha tenido un eco
inesperado. ¿Habrán llegado para mí los tiempos de salir del Cenáculo?
Deseo estar junto al que está solo, para decirle que no pierda la
Esperanza en Dios, y crea que es precioso a Sus ojos. Deseo luchar con
el que lucha por ser una mejor persona, por vivir la belleza de un amor
puro, y la aventura estupenda de la santidad, sabiendo que las heridas,
como las de Cristo, pueden ser fuente de curación para quien lo
necesita. Por último, como Jesús, quisiera bajar a los infiernos, en los
que ya he estado, de los que he sido sacado y en los que a veces
recaigo, quizás en 2013 en Sodoma y Gomorra haya aún algún justo, por el
que valga la pena hablar de la Misericordia de Dios; ¡cuántas veces en
ese infierno del que no conseguía salir esperaba encontrar un alma que
me pusiera a salvo!
El cambio parte de mí y de ti, decía Madre Teresa. Papa Francisco, tengo
esta imagen tuya bajando también a estas periferias tan incómodas de la
existencia. Te doy las gracias por la delicadeza con la que siempre has
afrontado la cuestión. Nunca has levantado el dedo para dividir a la
humanidad según sus instintos sexuales. Sabes que el ser humano es algo
mucho más complejo y rico.
Reza por mí y por todos aquellos que quizás leyendo esta carta decidan
cruzar el umbral de estas periferias para llevar la Buena Noticia de
Jesús…. Al menos, la ventaja de los homosexuales es que, a diferencia de
las ovejas, huelen muy bien… ¡Perdona la broma! Pero también a mí, como
a ti, me gusta mucho reír… Al contrario, enhorabuena por el chiste que
has hecho sobre la beata Imelda. ¡Eres grande!
¡Yo rezaré por ti… como hijo!
¡Un abrazo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario