Soy completamente atea y estoy en contra del aborto
Una argumentación convincente desde un punto de vista meramente humano
Bridget Coila
“¿Existe de verdad un pro-vida?”, se pregunta Marco Rosaire Rossi
en la edición de septiembre/octubre de The Humanist. “¿Qué vendrá
después, los agnósticos del creacionismo? ¿Los laicistas de la sharia?”.
Los ateos pueden no tener un papa, pero a los ojos de muchos hay un
dogma al que todos deben adherirse: ser ateo significa apoyar el aborto.
No lo hagáis y seréis denunciados como “secretamente religiosos”.
Cuando me uní a un agnóstico y a un ateo de Secular Pro-Life para un
panel informativo en la Convención Atea Americana de 2012, un popular
blogger ateo nos acusó de haber “mentido sobre el hecho de ser ateos”.
Hay una obvia dificultad a aceptar que existan pro-vida no religiosos.
Pero existimos. Somos distintos a nivel de puntos de vista y filosofías,
pero incluimos pensadores como Robert Price, autor de “The Case Against
the Case for Christ”, el escritor ultraliberal Nat Hentoff, los
filósofos Arif Ahmed y Don Marquis y la activista liberal pacifista Mary
Meehan, solo por dar unos nombres.
Cuando en un debate en
enero de 2008 con Jay Wesley Richards se le preguntó si se oponía al
aborto y era un miembro del movimiento pro-life, el difunto autor ateo
Christopher Hitchens respondió:
“He tenido muchas
confrontaciones con algunos de mis colegas materialistas y laicistas
sobre este punto, pero creo que si el concepto de ‘niño’ significa algo,
se puede decir que también el concepto de ‘niño concebido’ significa
algo. Todos los descubrimientos de la embriología – muy considerables en
el curso de la última generación – parecen confirmar esta opinión, que
creo que debería ser innata en cada uno. Es innata en el juramento de
Hipócrates, es instintiva en cualquiera que haya visto jamás una
ecografía. Por esto, mi respuesta a la pregunta es ‘sí’”.
Entre los pro-vida humanistas hay ateos y agnósticos consumados, ex
cristianos, conservadores, liberales, veganos, gay y lesbianas, e
incluso pro-vidas creyentes, que comprenden la fuerza de las
argumentaciones no religiosas frente a públicos no creyentes. La
siguiente argumentación contra el aborto es una perspectiva, y no
representa a organización específica alguna.
Aborto, ¿cuestión compleja?
El aborto es una cuestión emotivamente compleja, llena de
circunstancias dolorosas que suscitan nuestra simpatía y compasión, pero
no es moralmente compleja: si los concebidos no son seres humanos
igualmente merecedores de nuestra compasión y nuestro apoyo, no se
necesita justificación alguna para el aborto. Las mujeres deberían tener
plena autonomía sobre su cuerpo y tomar las decisiones sobre su
embarazo. Pero si los concebidos son seres humanos, ninguna
justificación del aborto es moralmente adecuada, si una razón de este
tipo no puede justificar también que se ponga fin a la vida de un niño
ya nacido en circunstancias similares.
¿Mataríamos a un niño
cuyo padre abandona de repente a la madre desempleada, para aliviar la
situación económica de la madre o evitar que el niño crezca en la
pobreza? ¿Mataríamos a una niña del jardín de infancia si hubiera
indicaciones de que podría criarse en una casa violenta? Si los
concebidos son verdaderamente seres humanos, tenemos el deber moral de
encontrar formas misericordiosas para apoyar a las mujeres, que no
requieran la muerte de una persona para resolver el problema de la otra.
Ciencia contra pseudociencia
Aunque algunos defensores del aborto acusan a los pro-vida de usar una
“pseudociencia”, a la hora de los hechos, las pruebas científicas apoyan
fuertemente las declaraciones pro-vida, según las cuales el embrión y
el feto humano son miembros biológicos de la especie humana. El libro
“The Developing Human: Clinically Oriented Embryology”, del doctor Keith
L. Moore, usado en las escuelas de medicina de todo el mundo, es sólo
uno de los recursos científicos que confirman este hecho. En él se lee:
“El desarrollo humano comienza con la fecundación, el proceso
durante el cual un gameto masculino o esperma (desarrollo del
espermatozoide) se une a un gameto femenino u ovocito (ovum) para formar
una única célula llamada zigoto. Esta célula altamente especializada
caracteriza el inicio de cada uno de nosotros como individuo único”.
A diferencia de otras células que contienen ADN humano – esperma, óvulo
y células de la piel, por ejemplo –, el embrión apenas fecundado tiene
la total capacidad de avanzar a través de todos los estadios del
desarrollo humano. Al contrario, esperma y óvulo son partes
diferenciales de otros organismos humanos, cada uno con su propia
función. Fundiéndose, ambos dejan de existir en su estado actual, y el
resultado es una nueva entidad con un carácter único hacia la madurez
humana. De manera similar, las células de la piel contienen
informaciones genéticas que pueden ser inseridas en un óvulo al que se
le ha quitado el núcleo, y estimuladas a crear un embrión, pero sólo el
embrión posee esta capacidad intrínseca autodirigida hacia todo el
desarrollo humano.
Definir el ser persona
La cuestión del ser persona deja el reino de la ciencia por el de la
filosofía y el de la ética moral. La ciencia define qué es el concebido,
pero no puede definir nuestros deberes hacia él. Después de todo, el
concebido es una entidad humana muy distinta de las que vemos a nuestro
alrededor. Un ser más pequeño, menos desarrollado, situado de forma
distinta y dependiente, ¿debería tener los derechos del ser persona y la
vida?
Quizás la pregunta más significativa es: estas
diferencias, ¿son moralmente relevantes? Si el factor es irrelevante
para el ser persona en otros seres humanos, no debería ser importante
tampoco cuando se habla del concebido. ¿Las personas pequeñas son menos
importantes que las más grandes o altas? ¿Un adolescente que se puede
reproducir es más digno de vivir que un niño que aún no sabe ni andar?
Si estos factores no son relevantes para garantizar o aumentar la
personalidad de los que han nacido, no debería serlo tampoco para el
concebido.
Se podría justamente afirmar que garantizamos más
derechos en base a la habilidad y a la edad. En todo caso, el derecho a
vivir y a que no te maten es distinto de los derechos sociales
concedidos en base a las habilidades y la madurez adquiridas, como el
derecho a conducir y a votar. No se nos permite conducir antes de los 16
años (en EE.UU., ndt.); pero no se nos mata para evitarnos llegar a ese
nivel de madurez.
Igualmente, la conciencia y la
autoconciencia, a menudo propuestas como justos indicadores de la
personalidad, se limitan a identificar niveles del desarrollo humano. La
conciencia no existe en un
vacuum. Existe solo como parte de
la gran totalidad de una entidad viviente. Decir que una entidad no
tiene aún conciencia es con todo hablar de esa entidad en la que reside
la capacidad inherente de conciencia, y sin la cual la conciencia no
podría nunca desarrollarse.
Como subraya el ateo Nat Henthoff,
“Decir que el exterminio puede tener lugar porque el cerebro aún no
funciona o porque esa cosa no es aún una ‘persona’ falla en un punto
fundamental. Independientemente del hecho de que la vida sea eliminada
en la semana 4 o en la 14, la víctima es uno de nuestra especie, y lo es
desde el principio”.
La intrínseca capacidad de todas las
funciones humanas reside en el embrión porque es una entidad humana
completa. Igual que no se tirarían las bananas verdes junto a las
estropeadas aunque ambas no puedan comerse en este momento, no se puede
eliminar a un feto que aún no ha alcanzado una función junto a una
persona cerebralmente muerta que ha perdido permanentemente esta
función. Eliminar a un feto porque aún no ha alcanzado un nivel de
desarrollo específico significa ignorar el hecho de que un ser humano en
ese estadio del desarrollo humano funciona como un ser humano de esa
edad.
Localización y dependencia
Recordando la Declaración Universal de los Derechos del Hombre en apoyo
de su posición por la que “los seres humanos como personas son los
nacidos”, Rossi declaró: “El hecho es que el nacimiento nos transforma.
Nos hace simultáneamente individuos y miembros de un grupo, e inserta en
nosotros protecciones que comportan derechos”.
Esta
afirmación es totalmente falsa. En primer lugar, lo que es no representa
necesariamente lo que debería ser. El hecho de que las convenciones
sociales sobre el ser persona desestimen al concebido no nacido no
sorprende, y es la verdadera cuestión en el centro del debate. En
segundo lugar, el nacimiento no posee poderes mágicos de transformación.
En el nacimiento, un ser humano en fase de desarrollo cambia de lugar,
comienza a asumir oxigeno y nutrientes de un modo nuevo y a
interaccionar con un mayor número de seres humanos, pero un simple viaje
por el canal del parto no cambia la naturaleza esencial de la entidad
en cuestión.
El bioético Peter Singer concuerda con los pro-vida en este punto. Afirma de hecho:
“Los grupos pro-vida tienen razón en un hecho: la localización de un
niño dentro o fuera del seno materno no puede suponer una gran
diferencia moral. No podemos decir con coherencia que sea justo matar a
un feto una semana antes de nacer, y que en cuanto el niño nace hay que
hacer de todo para mantenerlo con vida”.
(Singer después continua
observando que dado que no hay ninguna diferencia significativa entre un
feto que va a nacer y un recién nacido, entonces el infanticidio está
justificado).
El nacimiento es sin duda un momento significativo en nuestra vida, pero no es nuestro primer momento.
¿Qué decir de la dependencia? Seguramente, un feto es
significativamente más dependiente de su madre que en cualquier otro
momento de su vida. Pero ¿los seres humanos dependientes no son
plenamente humanos? La dependencia de un gemelo siamés del corazón o de
los pulmones del hermano o hermana les quita personalidad? ¿Podemos
matar a adultos fuertemente dependientes o a un niño que no consigue
siquiera levantar la cabeza?
Si la cuestión es la que Rossi
define “la absoluta dependencia de nuestras madres”, se puede plantear
otra pregunta: ¿por qué la dependencia de una sola persona significa que
una persona no es preciosa o digna de vida o de protección? Si un niño
díscolo subiera al yate de un extraño y se le descubriera el día después
en el mar, sería temporalmente dependiente sólo de los recursos del
marinero. ¿Estaría justificado éste para arrojarlo al mar en aguas
infestadas de tiburones?
¿Es además signo de ser un pueblo
civilizado el hecho de que cuanto más vulnerable y dependiente es un ser
humano, más podamos justificar su muerte?
Violencia y autonomía del cuerpo
Nada añade más emoción al ya emotivo debate sobre el aborto que la
cuestión de la violación. Pero es fundamental que no se confunda lo
abominable de la violación y el deseo de consolar a la víctima con la
pregunta fundamental sobre el hecho de que las dificultades justifiquen
el homicidio. Si el concebido es un ser humano, las circunstancias de la
concepción de una persona no tienen relevancia sobre su derecho de no
ser exterminado.
“Unplugging the Violinist” de Judith Jarvis
Thompson (en el que una persona es raptada por los amigos de un
violinista agonizante que necesita un riñón, y se le obliga a permanecer
unida a él durante nueve meses para salvarle la vida) ilustra el dilema
de la autonomía del cuerpo, sugiriendo el aborto en caso de violación.
La Thomson, sin embargo, no reconoce que la relación entre un concebido
y la madre es distinto de la unión artificial de una persona a un
extraño. El feto no es un intruso. Está en la “casa” apropiada para un
ser humano de su edad y en su estadio del desarrollo. A diferencia de
los riñones, que son sólo para el cuerpo de la mujer, el útero existe y
cada mes se prepara para acoger el cuerpo de otro. Una mujer tiene
derecho a su propio cuerpo, pero un feto tiene el derecho al útero, que
es su “casa” biológica.
Reconociendo las responsabilidades biológicas con las que
hemos evolucionado como especie, comprendemos que aunque una persona no
está siempre obligada hacia un extraño, sí está obligada a proporcionar
sustento y protección básica a su hijo biológico. Una madre que amamanta
no puede reclamar “la autonomía del cuerpo” y abandonar a su hijo
mientras viaja, ni una madre embarazada puede abandonar su
responsabilidad hacia el niño. Si la víctima de una violación no ha
elegido esa situación y está colocada injustamente en esa condición, su
deber fundamental hacia el hijo no es menos real que el del marinero
hacia un polizón no deseado.
El aborto no consiste simplemente
en “desenfuchar a un extraño agonizante”. El aborto desmiembra y mata
lo que de otro modo sería un ser humano sano que está en una unión
apropiada para su edad y naturalmente dependiente de su madre. Rebecca
Kiessling, concebida con ocasión de una violación, afirma: “Puede ser
que cuando tenía cuatro años o cuatro días no fuese igual que cuando
estaba aún en el seno de mi madre, pero era innegablemente yo y habría
sido asesinada [por el crimen de mi padre]”.
El aborto no elimina la violación de una mujer ni la ayuda a curarse. Castiguemos al violador, no a su hijo.
Personalmente pro-vida – ¿pero la ley no cambia?
Algunos responderán al peso de la ciencia y de la razón admitiendo ser
“personalmente pro-vida”, pero de querer que el aborto siga siendo legal
para que pueda ser seguro. Sin adentrarnos en las estadísticas sobre
los abortos legales contra los ilegales, sobre los números de los
abortos efectuados ilegalmente en las clínicas o sobre el papel jugado
por los antibióticos al hacer el aborto más seguro incluso antes de la
sentencia Roe vs. Wade, la pregunta es esta: ¿seguro para quien?
Si una persona se opone personalmente porque cree que el aborto pone
fin a una vida humana, no tiene sentido decir que el final de la vida
humana debe seguir siendo legal para salvar vidas. Legal o ilegal, todos
los abortos matan. A veces a la madre, pero siempre al hijo o la hija.
Conclusión
La autora Frederica Matthews-Green ha subrayado una vez que “ninguna
mujer quiere un aborto como quiere un helado o un Porsche. Quiere un
aborto como un animal cogido en la trampa quiere romper su propia
pierna”. El desafío para nuestra sociedad en continua evolución es:
¿daremos a la mujer una sierra y la ayudaremos a amputar su propia
pierna? ¿O somos bastante sabios y capaces de encontrar formas creativas
para quitar la trampa sin destruir la pierna en el proceso – sobre todo
cuando esa “pierna” es otro ser humano?
La sociedad puede
seguir enfrentando a las madres a sus propios hijos, o podemos empezar a
hablar de verdaderas elecciones, verdaderas soluciones y verdadera
misericordia – como las sugeridas por grupos como
Feminists for Life.
La filosofía pro-vida laica significa incluir a los miembros más
pequeños y más débiles de nuestra especie y no excluir a los
dependientes y vulnerables de los derechos a la personalidad y a la
vida. Hemos evolucionado como especie a una comunidad compleja e
interdependiente que está eliminando gradualmente prejuicios como el
racismo, el sexismo y la discriminación hacia los discapacitados.
Eliminemos ahora la discriminación de la edad.
Con las palabras de la
Pro-Life Alliance of Gays and Lesbians,
“ninguno de nosotros es verdaderamente libre hasta que todos no seamos
libres, con todos nuestros derechos intactos y garantizados, incluido el
derecho fundamental a vivir sin amenazas o vejaciones”.
Podemos hacer algo mejor que el aborto.
——
Kristine Kruszelnicki es director ejecutivo de Pro-Life Humanists y escritora freelance. Reside en Ottawa (Canadá).
[Traducción por Inma Álvarez]
http://es.aleteia.org/2014/08/09/soy-completamente-atea-y-estoy-en-contra-del-aborto/